martes, agosto 01, 2006

El Infierno en la Feria del Libro

Le piden a Perdis que escriba sobre su encuentro en la última Feria del Libro madrileña con un autor de culto, el maldito contemporáneo español por excelencia, Leopoldo María Panero. Perdis lo hace encantado. Más aún: Perdis me desvela que ya tenía un breve texto escrito al día siguiente de producirse aquel encuentro, mejor dicho, aquella visión, y que va a ser el centro de este post, ese que será entero para que protagonice el discreto Perdis y en el que yo me limito a prestarle mis claves y mi espacio.

Acerca del Infierno
Sé de buena tinta que el Guaje Merucu albergaba el firme propósito, movido por un sms recibido recientemente, de hacer una entrada sobre el Infierno. Pero pronto cayó en la cuenta de que sería una empresa, más que en exceso ambiciosa, imposible, porque se enfrentaba a un tema ilimitado, de natural infinito, que derivaría hacia nuevas formas, posibilidades que se multiplicarían exponencialmente, definiciones imparables, locas, absurdas. Pensó en hacer su texto ligero y humorístico, basarlo en un par de anécdotas y resolver así la mínima encrucijada ante la que se hallaba. Sin embargo al final, cómodo y no muy audaz, se conformó con renunciar del todo, adoptar esa postura tan facilona y característica de nuevo, y mirar hacia otro lado.
Yo sólo voy a preguntarme si en el caso de Leopoldo María Panero "el infierno son los otros", como decía J.P. Sartre, y me voy a contestar muy deprisa: sí, el infierno por encima de todo fueron los otros, pero el infierno continuó con él mismo, como apreciamos en la película El Desencanto, y más recientemente en la detallada, precisa, nada complaciente pero respetuosa biografía Los contornos del abismo, aparecida allá por 1999. A grandes rasgos: Un grotesco cuadro familiar, múltiples detenciones a causa de sus ideas políticas, brutales desengaños amorosos, alcohol, drogas, inadaptación, locura… Abismos interminables, imposibles de asimilar, de sujetar, de controlar, de digerir, de frenar.
Pero no se trata de hablar de esto, de elaborar una semblanza. Estoy aquí para relatar mi choque con Leopoldo María Panero en la Feria del libro de Madrid 2006.

La persona, la máscara, es ya máscara de nada
Para empezar, un reconocimiento: estuve muy bien acompañado durante esa tarde de libros y altísimo calor que anticipaba el verano que sufriríamos posteriormente, el que ahora sufrimos. De esa manera, la idea de infierno estaba muy presente, y añado más infierno si tenemos en cuenta que el Parque del Buen Retiro acoge en su interior la que dicen única estatua dedicada al Ángel Caído. Yo siempre se lo comento a todo el mundo, y éstos me suelen mirar con ojos extraños.
Antes de contemplar al otro ángel caído del parque, deambulamos por todas las casetas, viendo rostros a cada cual más horrible: no me olvido de Octavio Acebes, Sánchez-Dragó, Fernando Swarchz (o como se escriba), la interminable fila de fans que tenía ante sí Joaquín Sabina, etc. Tampoco puedo negar que me tropecé con rostros más admirables como Benjamín Prado o el enorme Ángel González.
Hasta que apareció Leopoldo en mi campo de visión, que es cuando aprovecho a copiar y pegar a continuación lo escrito en esos días.

Mis amigos me dejaron como un recuerdo
En la Feria del Libro, también ayer por la tarde, obtuve una de las visiones más terribles y apocalípticas de los últimos tiempos, el ver a escaso medio metro de mí a un abandonado Leopoldo María Panero sentado en una caseta con la labor supuesta, de hombre común, de firmar libros. Como un monstruo de feria abandonado, como algo que se pasa de moda, como un trasto inútil allí se hallaba: decrépito y desdentado, calvo y canoso, feo, con su cara de vieja, casi disipada la mirada del loco, bebiendo una lata de cerveza sin alcohol marca Hipercor, con la compañía de dos paquetes de Camel junto a su vaso de plástico, la camisa abierta hasta la exageración, solo, ignorado, estéril como un campo yermo, cansado y, sencillamente, vencido.
No pude soportar el verlo durante más de un minuto.
No fui capaz de ironizar o reírme. Me aparté con un gesto grave y un severo zarpazo interior.

Construir desde la ruina
Sí podría sostener en ese instante que una de las constantes que alimentaban y retroalimentaban la obra de Panero tomaban cuerpo en ese momento, se hacían carne y llaga intensa al mismo tiempo, la bandera de la ruina en todas sus variantes: sobre todo las del espíritu, aunque también las físicas, que nunca faltaron en sus poemas.
Y para no arruinar con mi perorata este incipiente blog me despido hasta la próxima, que espero sea dentro de mucho tiempo, por el bien de todos.

Perdis / La Perdiz

2 comentarios:

gorki75 dijo...

Guapo relato sobre el famoso encuentro, la máscara definitivamente es ya máscara de nada, arrastrándose por la piel del payo pa firmar ejemplares, que probablemente no serán ni leídos

Guaje Merucu dijo...

Lo que no dramatiza ni exagera La Perdiz es la impresión que le produjo, de verdad, muy chungo...